miércoles, 4 de junio de 2014

La tecnología cambió la forma en la que se realizaba un viaje

Érase una vez un tiempo en que viajar era un privilegio que sucedía, con mucha suerte, una vez cada varios años. Especial de: Entonces usted iba a una agencia de viaje, un señor de traje le mostraba la foto de tal o cual hotel en un folleto, y así decidía su destino. Le entregaban un boleto repleto de hojas y papel carbón, y confirmába el pasaje con 48 horas de anticipación, y en el momento del check-in elegía el asiento. Subía alegremente al avión, con un libro de tapa dura y papel como principal entretenimiento durante el viaje, porque la pantalla quizás estaba lejos y tal vez no le interesaría la única película que se proyectaba. Una vez en el destino se manejaba con un mapa de proporciones gigantes, y si se perdía le preguntaba a alguna persona, y el señor le preguntaba que de dónde era, hacía comentarios sobre el clima y recomendaba dónde comer el mejor plato del pueblo. Enviaba postales que no importaba si llegaban un mes después que usted, y en las que apenas entraba el saludo y la despedida en el cartoncito rectangular ya acorralado por sellos, estampillas y dirección. Se debía tener cuidado al sacar fotos, porque los rollos y el revelado eran un presupuesto. Y también se hablaba a toda velocidad y a los gritos por teléfono, presumiblemente desde una cabina telefónica, porque las llamadas de larga distancia valían una pequeña fortuna y sonaban como si la conversación tuviera lugar bajo una ducha. Al regreso se mostraría, con explicación a detalle, el álbum de fotos. Eran tiempos, sí, adivinó, cuando no existían los smartphones, ni TripAdvisor, ni Google Maps, ni GPS, ni Web check-in, ni Instagram, ni Pinterest, ni Facebook, ni WhatsApp, ni Skype, ni Twitter, ni -en síntesis- Internet. 


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